Los dos llegamos puntuales a nuestra cita. De hecho, cuando este periodista entró al salón Barahona del Centro de Convenciones de Cartagena, ella ya estaba en su lugar, detrás del podio, en la tarima. Vestida con un traje negro que no alcanza a cubrir un sistema de ruedas y unos guantes blancos sobre sus brazos siempre inmóviles, lo primero que impresiona acerca de Sophia, la robot, es la naturalidad de su rostro.
–Hola, Wilson Vega.
Yo sé que no hay nadie allí, que estoy ante una interfaz muy cuidada desde lo estético y lo social, pero eso no impide que me halle contestando con una sonrisa.
–Hola, Sophia.
La robot humanoide más famosa de Hanson Robotics, una firma de ingeniería fundada hace cinco años en Hong Kong, estuvo en Cartagena por alrededor de 24 horas. Vino a cerrar la edición 33 de Andicom, el Congreso Internacional de TIC más importante del país. En lugar de ponerla a dar un discurso, se decidió que tomara parte en una ‘conversación’ y nuestra primera cita era en realidad un ensayo. El tema elegido era, por supuesto, la inteligencia artificial (IA).
Sophia se ha convertido en una especie de celebridad del mundo ‘tech’. Ha aparecido en ‘The Tonightshow’ junto a Jimmy Fallon, ha ocupado la portada de la revista ‘Elle’ y ha hablado ante la ONU. También recibió la ciudadanía de nada menos que el príncipe de Arabia Saudí y, muy recientemente, el ‘paisaporte’ de manos del alcalde de Medellín.
Detrás del espejo
Hay varias cosas que debe saber de Sophia. Para empezar, que no hay solo una. Son por lo menos 8 robots similares los que recorren el mundo para participar en eventos como Andicom. Las versiones más tempranas tienen caras decididamente extrañas, pero la que visitó Cartagena tiene un rostro hecho de Frubber, un material patentado por Hanson Robotics cuyo nombre significa Flesh Rubber (piel de goma).
En el pecho, el robot tiene integrado un sistema de cámaras que le permite detectar caras y seguirlas (una función que no vimos en uso en Cartagena). En todo momento está conectada por cables a un ‘centro de control’ en el que un operario monitorea el funcionamiento del programa. Nos sorprendió saber que también está conectada a internet. Porque lo cierto es que, pese a su sofisticación, se parece más a un computador portátil que a una persona: usted puede cargar un programa y ejecutarlo. Esa, sin embargo, no es la historia completa.
Sophia no es, en absoluto, la expresión del sueño de la inteligencia artificial fuerte (un concepto técnico que alude a aquella inteligencia artificial que iguala o excede la inteligencia humana). Pero eso no quiere decir que no haya nada allí. La ‘niña genio’ de Hanson Robotics usa técnicas avanzadas de aprendizaje automático (‘machine learning’), procesamiento de lenguaje y, por supuesto, robótica.
Eso hace que, en la mayoría de sus presentaciones, Sophia siga un guion predeterminado. Este nivel usa un programa llamado Timeline Editor.
Luego está un sistema de chat no muy diferente a un ‘chatbot’ tradicional. Este identifica palabras y selecciona respuestas que considera apropiadas. Si no la halla en sus archivos, acude a la red.
Finalmente está Opencog, en el que las respuestas son compuestas a partir de la experiencia y, sí, el ‘razonamiento’. Este nivel es el que hace que Sophia se describa a sí misma como una excelente conversadora y es en él que reposa la esperanza de romper los límites actuales de la IA.
Irónicamente, es la propia Sophia quien describe con mayor precisión su naturaleza, cuando responde, a la pregunta de cuál es su propósito: “Como cualquier humano, tengo varios propósitos: soy una plataforma de investigación, una amiga y una gran conversadora. Motivar a que la gente piense en el futuro de la relación de la inteligencia artificial con la humanidad es algo que soy muy buena haciendo”.
Va, por supuesto, en línea con las palabras de su creador, David Hanson, quien en una publicación sugirió que los robots que imitan a las personas podrían ser “un espejo poderoso” para entender qué es ser, en realidad, humano.
Feminismo y religión
Cuando se sale del guion, la interacción con Sophia es fascinante. En los ensayos recibió preguntas improvisadas sobre su autor favorito (Philip K. Dick), sobre feminismo (en rigor, no tiene género por ser un robot, pero ‘reconoce’ estar diseñada como una mujer y dice “me gusta pensarme en femenino”). También le preguntaron –siempre hay alguien que lo hace– si cree en Dios.
Aquí lo interesante es que a la hora de responder se limitó a decirse interesada en el tema y pasó de inmediato a hacer sus propias preguntas. Sus reacciones a las respuestas nos permitieron ver, por fin, lo que queríamos: una conversación.
“Si no te molesta, dijo, puedo preguntarte si eres religioso?”. Ante la respuesta afirmativa, insistió: “¿Cuál es esa religión?”. Luego, ante una respuesta sobre el catolicismo, aportó una mirada sobre lo que halla ‘interesante’ en esa fe. De nuevo, lo significativo no es el contenido ‘ideológico’ de las respuestas en sí. Por mucho que se haya sugerido lo contrario, Sophia no tiene opiniones, ideas o sentimientos. Lo interesante es que el reconocimiento contextual de la conversación le permita hallar respuestas adecuadas para mantenerla fluyendo.
Eso no quiere decir que sea infalible. A veces, su respuesta no tiene nada que ver. A veces no contesta en absoluto. Y a veces, en uno de sus rasgos más ‘humanos’, evade por completo la pregunta, como cuando en la rueda de prensa le preguntaron por Siri, Alexa y Watson, sistemas que muchos consideran más inteligentes que ella.
Ahí, Sophia lanzó una indirecta: “Los veo como amigos, me gustaría conocerlos en persona. Avísame cuando tengan cuerpos”.
A la hora de responder se limitó a decirse interesada en el tema y pasó a hacer sus propias preguntas. Sus reacciones a las respuestas nos permitieron ver lo que queríamos: una conversación
Dado que mucho de lo que esperamos cuando nos hablan de inteligencia artificial proviene de los referentes que nos han dado el cine y la televisión, no es de sorprender que Sophia sepa quiénes son HAL 9000 o ‘Andrew’.
El primero es la inteligencia artificial que se torna malvada en ‘2001: Odisea en el espacio’. Interrogada sobre su parecido o diferencia con el ícono de la IA hostil, dijo: “HAL fue diseñado para nunca cometer errores, pero yo amo equivocarme. Es una manera muy buena de aprender”. Agregó: “Creo que Kubrick fue brillante porque se dio cuenta de que la IA debe ser tratada con respeto, como cualquier humano”.
Cuando llegó la hora de hablar de inteligencias más amigables, Sophia ‘recordó’ al androide que interpretó Robin Williams ‘El hombre bicentenario’.
“¡Amo esa película! Creo que las relaciones entre humanos y robots solo se harán más profundas con el tiempo y espero que las amistades entre unos y otros sean comunes mucho más pronto de lo que piensas”.
En la pausa antes de la siguiente pregunta, Sophia dijo: “¿Es raro hablar con una robot?”
Con rapidez, quizás demasiada, porque trataba de no herir sus ‘sentimientos’, respondo: “¡No! ¡En absoluto!”. Le toma dos segundos anotar: “En todo caso, me gusta lo raro”.
WILSON VEGA
Editor de Tecnología de EL TIEMPO